
Aunque apenas conversaba con ella los fines de semana y a que lo hacía, tan solo, para darle los buenos días y el adiós que la mera educación impone, he sentido su despedida. Me la anunció hace unos días: “Tengo que decirte que cierro”. Solo pude responderle: “Es una mala noticia para mí. Y supongo que, aún más, para ti”. Siguió: “El próximo miércoles será el último día. Dejo de vender los periódicos. Ya no puedo aguantar más”.
Para ella ha sido mi primer saludo, sábados y domingos, durante casi treinta años. Sus vacaciones trastornaban mis rutinas. Su decisión, ahora, altera definitivamente la costumbre. ¿Necesitaré el coche para recoger el periódico? ¿Renegaré, como ya he hecho de lunes a viernes, del papel? ¿Asumiré la pérdida del crucigrama que recortaba para mi madre y que, después de su muerte, seguí almacenando sin objeto alguno? ¿Asumiré que, tal vez, el periódico ha dejado de ser lo que era? ¿Habrá vida, en fin, después de mi quiosquera?
