El olmo de Eduardo Mendoza da peras

El escritor decidió divertirse y al lector le da la risa y, en no pocas ocasiones, la carcajada. Eduardo Mendoza puede construir una novela del calibre de La ciudad de los prodigios o La verdad sobre el caso Savolta como Una comedia ligera o la trilogía Las leyes del movimiento. La capacidad narrativa, el gusto de contar historias, la voluntad de ubicarse sobre territorios, aunque conocidos, siempre con lagunas por explorar están garantizados. Y sobre todo está asegurada su libertad para afrontar cada novela, porque a estas alturas  ni necesita ni busca palmadas de reconocimiento. El Premio Cervantes, entre tantos otros, le permite disfrutar y, ya puesto, hacer disfrutar a quienes creen que la buena literatura se goza.

Tres enigmas para la Organización (Seix Barral, 2024) forma parte de las novelas irónicas o gamberras de Eduardo Mendoza. Basta ver los personajes y sus respectivos nombres: el jefe, el nuevo, el jorobado, Buscabrega, Grassiela, Pocorrabo, la Boni, Monososo… e Pánfilo Peras. Ellos, menos el tal Pánfilo, forman parte de la Organizacion, una especie de servicios secretos ajenos a cualquier convención que tratan de resolver lo que las instituciones policiales no consiguen por los agujeros que dejan al descubierto sus competencias aisladas y concretas. Se trata de un organismo crecido durante el franquismo en el que los agentes no cobran, donde se toma acta de todo, aunque esas reseñas se destruyen inmediatamente después de escritas; con normas extravagantes como la prohibición de móviles, el uso exclusivo del fax o la ausencia de retribución y, para colmo, con relaciones personales más que peculiares. En cualquier caso, la naturaleza secreta de las actividades de la Organización provoca una atmósfera claustrofóbica y no le permite desahogar las tensiones internas mediante la violencia a terceros, un privilegio reservado a los cuerpos de seguridad de carácter oficial».

La coincidencia de la aparición de un persona ahorcada en un hotel de Las Ramblas, la desaparición de un acaudalado navegante en su yate y la existencia de una empresa conservera que lleva años con los precios congelados obligan en este caso a la Organización a poner a todos sus efectivos en marcha. Y a partir de aquí, el desparrame, lo insólito, el absurdo en medio de una ciudad que sigue siendo referencia ineludible del autor.

Tres enigmas para la Organización no está escrita para ser contada sino para dejarse sorprender por lo insólito, lo extravagante, lo ajeno a la convención, en este caso, policial. Escenas o secuencias como la que le acontece a Monososo cuando el clérigo le explica que san Hipólito fue en vida obispo, mártir y exégeta, amén de discípulo del obispo Ceferino y maestro de Diógenes, «uno de los padres de la Iglesia, todo lo cual, en última instancia, no le sirvió de nada, porque, como pasaba siempre en aquellos tiempos, llegó un prefecto romano y le dio por culo”. Para concluir la secuencia, el clérigo explica a Monososo que «El mayor pecado del hombre es la soberbia. Y también de los ángeles: Lucifer se condenó precisamente por la soberbia. Quizá también por los tocamientos: una cosa lleva a la otra».

La novela concluye: «Cada cual es como es, y no se pueden pedir peras al olmo». Pero tratándose de Eduardo Mendoza el olmo da peras. ¡Y qué peras!

 

 

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