Hidalgo Bayal: el reino de la palabra y la paradoja

Preámbulo

Debía tener 17 años y, al día siguiente, un examen de Filosofía, pero no sé por qué razón me zambullí en Crimen y castigo y pasé la noche entera sin dormir, atrapado en la narración y los diálogos creados por Fedor Dovstoviesky. Aprobé el examen después de la noche sin dormir, sin que aún pueda explicarlo; no recordaba haber estudiado antes lo suficiente para superar la prueba, pero carecía de voluntad para abandonar la lectura. Tampoco me venció (o rindió) el sueño.

Los tiempos han cambiado, más que demasiado, todo. Esta vez no se trataba del descubrimiento de un escritor genial, ni tenía un examen en perspectiva, ni siquiera un atisbo de mala conciencia; al contrario, alentaba un enorme deseo de embarcarme en la nueva obra de un escritor al que admiro y conozco, con la ventaja añadida, meramente circunstancial, de que en los últimos años han disminuido mis necesidades dormitorias (las de dormir y soñar). O sea, en esta ocasión, no habría sorpresa: todo preparado para el atracón.

Aguardaba con impaciencia la llegada del texto a las librerías, lo había buscado en varias de ellas apremiado por el anuncio de su aparición al final de la semana y, el sábado, a la postre, encontré en uno de los grandes centros que acaparan la distribución editorial, lo que buscaba: La sed de sal, de Gonzalo Hidalgo Bayal, publicada por Tusquets. ¡Listo, ya!

Con el precedente de Crimen y castigo, o por si acaso, me impuse la disciplina de afrontar la lectura una vez cumplidas las devociones familiares del fin de semana. A media tarde conocí a Travel. A las tres de la mañana concluí que “todos bebemos agua sucia y no sabemos quién la enturbia”.

Tomé algunas notas, me costó dormir por las vueltas que daba mi cabeza alrededor de lo leído y a las siete de la mañana volví al revuelo, a las primeras impresiones, aunque no por ello provisionales, de un libro disfrutado con cierto desvelo, sin pausa. Son lo que son, aunque sé que volveré a recorrer con mucha mayor calma, fragmentariamente, el viaje que se desvaneció y los avatares que cambiaron al viajero.

Notas tras el atracón

Gonzalo Hidalgo Bayal es un escritor diferente y su último libro, La sed de sal, abunda en los aspectos que más y mejor le distinguen, inter pares, dentro del panorama literario hispano: el lenguaje de Hidalgo Bayal no es un instrumento de la narración sino su objeto; el autor no traslada su pensamiento a través de las palabras sino que estas son las que animan y provocan el pensamiento o la reflexión expresados a través del drama y el humor, de la indagación y la sorpresa, de la perplejidad y la deducción y, sobre todo, de la paradoja.

La sed de sal tiene algo quijotesco, aunque, aquí, la novela de caballería es reemplazada por el thriller o la novela negra. No obstante, en este caso la intriga formal supone, sobre todo, una invitación a la búsqueda a través de la afirmación y la refutación, lo uno y su contrario, la confrontación entre la reflexión propia, la del próximo y la del que no comparece.

Hidalgo Bayal lleva a Travel, un personaje hasta ahora inédito, a su mundo imaginario (Murania, Casas del Juglar…) al socaire de unas coincidencias que le trastocan la vida, obligado a asumir la realidad más que la circunstancia, entre la libertad y el encierro: la autonomía del fugitivo. Travel busca soluciones a su situación a través de los instrumentos de su análisis: la cultura, el cine, la historia y, siempre, el lenguaje, la palabra. Y en su búsqueda encuentra en Noé León (otro capicúa) al instructor que, sin parecerlo, le protege adentrándole y adiestrándole en lo más recóndito del enigma que es la vida, imprevisible e ineludible; e incluso en la sed de sal.

En este thriller inverso, en el que no se busca al culpable sino que se trata de exculpar al inocente, aparecen algunos personajes impresionantes, como Zotalito,  y muchas descripciones admirables, por imprevistas y sugerentes. El lenguaje conduce y embauca la reflexión. Además, quienes buscan más acción que placer en la emoción de la palabras que provocan reflexión y perplejidad, en La sed de sal también pueden encontrar el guión para una película llena de ingenio, inteligencia y humor.

A todo ello provoca, una vez más, Gonzalo Hidalgo Bayal. Y aunque en algún momento pueda existir el riesgo del exceso del paradigma paradójico (tal vez esta sea la reflexión de un lector que optó por el atracón, por puro vicio o abducido por la hidalga admiración o dependencia, diagnosticada y asumida, del profesor Bayal), este nuevo libro vuelve a ser una demostración de la brillante agudeza de un autor excepcional y distinto.

Rendido sigo. Amén.

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