
Mariano Rajoy ganó las elecciones de 2011 mintiendo sin recato. Su campaña electoral se llenó de promesas y compromisos que no solo no cumplió sino que él ya sabía que no iba a cumplir; es decir, no estaban ni en sus planes ni en los que debían aprobarlos de verdad. Por eso otros predijeron la falacia, mientras él insistía en negar lo evidente. El problema de la situación española no lo había creado el gobierno anterior sino los gobiernos anteriores y, también, la propia sociedad española (con su entorno europeo cada vez más imponente). Los remedios, por tanto, no estaban al alcance de los poderes representativos sino de quienes deciden por encima de ellos. Y por eso, a los pocos días de salir elegido, el nuevo presidente ya anunciaba lo contrario de lo que había pregonado; reconociendo, en el fondo, que él y su partido representaban el poder que no pretende legitimarse a través de la ciudadanía sino mediante el reconocimiento de quienes verdaderamente nos gobiernan a todos en defensa de sus intereses.
A estas alturas resulta curioso repasar lo que se vivió en aquella larguísima campaña electoral para entender la posterior sensación de fraude y para comprender también el interés y hasta el entusiasmo, cuatro años después, de ciertos, y amplios, sectores ciudadanos en vísperas de las últimas elecciones del 20D. Sólo desde la más profunda frustración pudieron surgir las dosis de enojo e ilusión (sensaciones simultáneas, perfectamente compatibles) con las que muchos afrontaron el advenimiento de un tablero electoral hasta entonces inédito.
Sin embargo, bastaron los dos meses previos a las elecciones y, sobre todo, los cuatro siguientes, para que la exaltación se agostara y el encono se transformara en decepción. La novedad inicialmente estimulante derivó en un conflicto de egos y obcecaciones de los líderes, de sus partidos, de los medios de comunicación e incluso, no se olvide, de la propia sociedad, dispuesta a engañarse a sí misma, reclamando acuerdos en general y negando los posibles compromisos concretos.
¿Y ahora?
Los ciudadanos tienen derecho a que no se les mienta, a que se les explique por derecho –no al revés– lo que ocurre, a que se argumenten las decisiones y las estrategias; es decir, tienen derecho a casi todo lo que se les niega, por activa o por omisión. En estos ámbitos ninguno de los grupos en liza se comporta de manera decente. Con la economía como está, con la UE reclamando nuevos recortes e imponiendo multas, con la recesión amenazando de nuevo, con el sistema de pensiones en vísperas de quiebra, Rajoy se compromete a reducir los impuestos (y Mariano, cuando habla de eso, no piensa en las clases adineradas), el PSOE anuncia medidas para subir el gasto público y financiar las pensiones, y Podemos obvia el cuadro de partida, lo que puede ser el peor de los engaños (recuérdese a Syriza y al creciente y resignado abatimiento en el que vive Grecia).
Volvemos, pues, a las mentiras. ¿Es así como funciona esto?
