Burlas del día después de aquella Patria

Fernando Aramburu realizó un espléndido retrato de la sociedad vasca de los años de plomo, de aquel tiempo en el que los habitantes de aquel territorio, por tantos motivos admirable, vivieron sometidos a la violencia y el terror. Una realidad con víctimas y verdugos, pero, sobre todo, corrompida, incluso en aspectos íntimos de la vida cotidiana, por la imponente presencia del encono y la división social. Patria se convirtió en un best seller sin apenas parangón y en la mejor representación de aquel tiempo en aquel territorio.

La violencia provocó secuelas indelebles y condicionó la vida, o las vidas, marcadas por el terror. Fernando Aramburu encontró en ese contexto el escenario protagonista de su relato y un entramado de personajes que a la sociedad española (y a muchas más, a la vista del éxito editorial) le resultaban verosímiles e identificables. Tal vez, Patria se situó tan del lado de las víctimas de ETA (un principio ético irrebatible) que asumió el riesgo de simplificar los perfiles de quienes militaron en las filas y los entornos del terrorismo.

Entre los denominados violentos no solo había un impulso bélico profundamente nacionalista. También había un pasado (e incluso un presente) de represión del Estado que negaba derechos y determinaba una ideología hostil; había ideales e incluso un entramado teórico y moral (aunque repudiable desde muy diversos puntos de vista), cuyas contradicciones requerían una atención menos simplista que la lógica de malos contra  buenos.

Fernando Aramburu ha vuelto ahora, con Hijos de la fábula (Tusquets, 2023), al final de aquellos tiempos, al momento en que ETA anuncia el fin de la lucha armada. Esta vez las víctimas quedan al margen del relato, porque el escritor ha preferido alejarse del tono trágico de Patria para sumergirse en la ironía, la burla o la ridiculización de quienes aún sueñan con los ideales ya abolidos y muertos. Hijos de la fábula es un relato del disparate protagonizado por unos émulos imbéciles de quienes militaron en ETA y, por analogía, del escaso bagaje, ético y político, de esos mismos militantes que hicieron tanto daño y, en muchos casos, sufrieron graves castigos. Ni los unos ni los otros era, son, sin más, tan ingenuos, tan absurdos, tan estúpidos; eso es, tan imbéciles.

La burla funciona a ratos. No es un género sencillo y corre el riesgo de precipitarse en una caricatura de trazo grueso o en la irrelevancia. Se lee, que no es poco. Hijos de la fábula entretiene (Fernando Aramburu conoce a la perfección el oficio de escribir y es un escritor mayor), pero esta vez ha asumido un trabajo menor, apoyado en lo que pudiera ser el lado más débil de la novela a la que su mero nombre evoca.

Difícil evitar la complicidad y la emoción de aquella Patria. Sí. Aramburu, sin duda, lo sabía de antemano.

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