
El PSOE ofrece disculpas a la ciudadanía. Por ejemplo, cuando se cargó al candidato Tomás Gómez. O ahora, al destituir a Antonio Miguel Carmona. En estos casos, los despidos son un motivo de reconciliación con la sociedad. Sin embargo, el ritmo de la danza resulta demasiado lento para que los ciudadanos puedan tomarlo en serio.
Tomás Gómez era un candidato nefasto. Basta mirar la herencia de Parla para valorar su acción política, iniciada con el entusiasmo que provoca, en su segunda legislatura, un respaldo popular por encima del 70 por ciento. Tanto entusiasmo a algunos genera les genera, desde el principio, desconfianza. Al final…
Antonio Miguel Carmona creó su propio personaje para aspirar a destinos mayores y se creyó investido con el respaldo de una gran mayoría. El candidato tertuliano, sin embargo, chirriaba; era el ejemplo prepotente de los viejos barones, sin serlo. Tras anunciar un éxito imparable (no había otra opción posible que él mismo en la alcaldía de Madrid), recogió un saldo paupérrimo. En lugar, de pedir disculpas y decir hasta luego, prefirió convertirse en el fiel de la balanza entre la alcaldesa dialogante y la muchachada impaciente, con una arrogancia desestabilizadora.
Le han abierto la puerta y le han empujado al exterior. A trompicones, ha balbucido palabras solemnes y ha amenazado al partido con los efectos electorales de su decisión. Es decir, que quiere bronca, porque las convicciones partidarias de las que blasonaba solo valen si es él quien las representa. Por eso, precisamente, había que darle el empujón.
El procedimiento no ha sido el mejor. Por no porque sea agosto, porque se haya enterado por la radio (¿cómo se iba a enterar con la dedicación que profesa a los medios?) o porque debieron dar a la decisión la apariencia de un pacto. No, no es ese el problema, sino que le hayan ofrecido compensaciones para ir a una institución de mayor rango (el Senado, porque el PSOE por el momento no puede ofrecer la OCDE) “a tocarse los huevos” (como el otro).
