
Las grandes corporaciones económicas europeas han salido en tropel a defender la permanencia de Gran Bretaña en la Unión, firmando un manifiesto conjunto que, se supone, pretende asustar a los ciudadanos favorables al Brexit; sobre todo, a los conservadores (porque los tories, la derecha británica, son los más proclives a la fuga y porque las personas de mentalidad cautelosa suelen ser las más predispuestas a atender las opciones avaladas por el poder).
Sin embargo, las grandes corporaciones económicas, las del viejo continente y las de cualquier otra parte, han sido y son los grandes enemigos de la Unión Europea, del viejo sueño europeo, de los valores que alentaron una esperanza de convivencia en paz, con derechos y bienestar, dispuesta a acoger a las víctimas de las dictaduras y las guerras, de la esclavitud y la pobreza.
Ese sueño se ha ido perdiendo con los años y, en especial, con la actitud cicatera de los estados (todos en general y los últimos en llegar, en particular), con la reivindicación de las soberanías nacionales pese a la absoluta devaluación de esa pretensión de autonomía, con la falta de control democrático del poder económico y financiero desregulados que simbolizan precisamente las grandes corporaciones, con la oposición a una unión política que sume mecanismos democráticos para recuperar el sueño del bienestar y los derechos, con el miedo a la pérdida de bienestar económico y de seguridad, de la que responsabiliza a los otros, a los que llegaron de lejos con otras urgencias, otros hábitos y otro color.
Las grandes grupos supranaacionales están detrás de la crisis y en el fondo de la decepción europeísta. Sin embargo, osan presentarse como el bastión de la unión, cuando sólo son una metástasis o el cáncer mismo que corroe el sueño continental, pese a todo la única esperanza para sobreponerse a las miserias nacionales. Ahora todo empuja hacia un fracaso irreversible. La ilusión se convierte en pesadilla. Sobre todo, si el rumbo lo fija el enemigo.
