Fútbol femenino: una lucha por derechos

El éxito que parecía inalcanzable puede acabar en una frustración insuperable. La crisis provocada por el escándalo Rubiales está a punto de arruinar el éxito deportivo de la selección femenina de fútbol. La Federación Española ha decidido matar antes de morir, en defensa de la propia supervivencia de sus dirigentes e incluso de una concepción del deporte absolutamente ruin. Y parece empeñada en convertir el éxito al fiasco.

El escándalo Rubiales se ha querido transformar en un problema interno relacionado con una gestión más o menos positiva del proyecto deportivo. Para la Federación se trata de un desliz individual, por el que el expresidente ya ha dimitido; de un error por el que ya ha pagado con creces, pese a los logros conquistados en distintas competiciones, que, para colmo, también ha castigado el máximo responsable técnico, que ha pasado de la oferta pública de un contrato galáctico al despido. Sin embargo, la estructura federativa y el resto de los cargos generosamente remunerados permanecen incólumes.

A raíz del escándalo, las jugadoras de la selección española han explicitado otra cuestión mucho más radical que ya habían planteado tiempo atrás: una realidad que ellas arrastran y que no responde a un problema de medios o retribuciones, sino de derechos: de igualdad, de respeto; profesional y, sobre todo, personal; de libertad de expresión… Se trata, pues, de principios y valores. Palabras mayores.

Por eso carece de sentido discutir sobre quién tiene razón. No es materia opinable. Los derechos (derechos humanos, si se quiere) no pueden entrar en conflicto con normas o reglas de una determinada asociación, pese a lo que pueda parecer, sin carácter ni reconocimiento representativo. Son las normas las que se deben adaptar o, simplemente, cambiar.

Ahora no se trata de una reivindicación meramente deportiva sino ideológica, incluso política. No se trata de modificar los entrenamientos sino de transformar la relación entre los dirigentes y los «subordinados», de acabar con los criterios imperantes y ocultos del poder, de llevar al ámbito deportivo principios básicos de la convivencia, como el reconocimiento de los derechos ajenos.

La Federación no lo entiende y repudia esa reclamación fundamental. Ella es la principal acusada por la denuncia. Acusación tan grave que el Consejo Superior de Deportes y el ministerio de Cultura y Deportes no pueden esconderse en el “punto medio”. Los derechos no admiten subterfufios ni chalaneos. El beso de Rubiales no admitía matices ni componendas: agresión sexual y abuso de poder. Eso fue lo que se puso en evidencia, lo que desveló las reclamaciones anteriores de las futbolistas, lo que señaló a quienes las han ofendido con su prepotencia o sus desprecios.

Por eso, la cuestión ha de plantearse desde el fondo de la cuestión: los de un deporte –en especial, el fútbol– viciado por estructuras caducas, representante de valores pasionales, anclado en concepciones profundamente reaccionarias, vinculado a poderes económicos, dirigido por personajes carentes de representatividad social y transmisor de criterios que en la mayoría de los casos no superarían un análisis deontológico. Un deporte mayoritariamente opiáceo, camuflado de presuntos valores, con la complicidad de una sociedad que estimula la competencia como norma de convivencia y de unos medios de comunicación que anteponen el conflicto al entretenimiento, la victoria al juego, la exaltación identitaria al disfrute lúdico. Unos planteamientos que buscar coartadas en quienes trasladan a la sociedad otra manera de acercarse al deporte asumiendo valores racionales y solidarios. También los hay, aunque (muchos) menos.

El mundo del fútbol estaba y estará viciado. En sus apariencias y en sus estructuras. La Federación Española de Fútbol es el símbolo de lo peor de un deporte masivo y acrítico, desnudado precisamente en el momento en que parecía haber alcanzado una gloria inesperada. No calibraron lo que las mujeres del fútbol ya habían advertido y lo que se vieron obligadas a expresar con total contundencia cuando encontraron el símbolo irrefutable de la agresión a Jenny Hermoso.

El problema dejó de ser una cuestión doméstica o de gestión. Era una agresión a los derechos de las mujeres. Y eso ya no era negociable. Lo explicitaron el “Basta, ya!” y el “Ahora o nunca”. Exigían la degradación de quienes les habían secuestrado aquellos derechos.

Tal vez, una transformación profunda no sea posible en el corto plazo, pero este momento exige cambios inmediatos para no distraerse. Jenny Hermoso ha vuelto a dar en la diana al calificar los últimos movimientos de la Federación: “Es otra estrategia de división y manipulación”.

Llegados a este punto, para el CSD y para el ministerio de Deportes tampoco caben excusas. Si cumple lo que cabe esperar, la sociedad tendrá un tercer motivo para felicitar a la Selección Española de Fútbol Femenino: por el campeonato del mundo, por haber alentado el repudio del machismo latente (no solo en el deporte) y por derribar la resistencia de estructuras muy poderosas, aunque ajenas a los valores que deberían vertebrar la sociedad. En cualquier caso, lo están peleando. Y eso es, también, mucho más que deporte.

 

Nota final. Siendo el fútbol un fenómeno protegido con cánones machistas, han sido mujeres quienes han planteado una transformación a la que los varones deberían sumarse. El fútbol masculino también se rige por cánones sin derechos.

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