La libertad imposible frente al poder totalitario

 

Frente al dogma y la imposición totalitaria, la fe excluyente o el poder sin ciudadanía, la religión que niega la conciencia o la acción política que excluye al que se interroga o duda, la libertad se transforma en heterodoxia e incluso en herejía. Sólo por ellas puede transitar el hombre digno, abocado en muchas ocasiones y en casi todas las facetas a la indecisión, al acoso, a la frustración y a la huida o a la muerte.

Leonardo Padura ya abordó la resistencia contra el totalitarismo político en su espléndida novela El hombre que amaba a los perros, su personal biografía de León Trostky, y ahora vuelve a un tratamiento aún más íntimo sobre aquellos planteamientos en Herejes.

La reflexión gira en torno al judaísmo y a sus prácticas, a la influencia de los sectores más rigoristas en el conjunto de quienes profesan sus creencias, a las condiciones y a las circunstancias de la experiencia colectiva del pueblo judío, con especial atención al exterminio nazi, pero también a la vida de los judíos en su paraíso de Amsterdam en el siglo XVII (tras su expulsión de España) y a su influencia cultural y económica. La propuesta aborda también otras realidades y otras circunstancias que amplían la reflexión para hacerla universal, sin espacio ni tiempos acotados, sin necesidad de pueblo elegido ni religión verdadera, porque el poder tiende a concebirse a sí mismo como lo uno y lo otro.

En esa generalización, por ejemplo, Padura aborda la incapacidad del sistema político cubano (sin que tampoco sea patrimonio exclusivo suyo)  para dar cobijo a quienes buscan respuestas y acciones más allá de los reducidos e insuficientes márgenes que el régimen impone, reconociendo en los grupos más denostados y marginales la lucidez de determinados planteamientos, no obstante condenados al nihilismo y, en alguna medida, a la muerte.

Tiene mucho interés la propuesta de Padura. Sin embargo, el narrador cubano no consigue en esta ocasión mantener en todo momento la tensión alcanzada en algunas de sus obras precedentes, tal vez porque se demora en aspectos redundantes, quizás también prolijos, en los que se pierde la intensidad y el ritmo de la narración.

Aún así, las sugerencias, los matices, la complejidad de la propuesta de Leonardo Padura merece sobreponerse a esas fases en las que reclama un mayor esfuerzo –más por confuso que por innecesario– del lector.

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