Un himno, en estos días

No puedo explicar qué tiene el himno francés que emociona. Tampoco por qué me recuerda al Coro de los esclavos del Nabucco de Verdi, aun a sabiendas de que este es posterior y de que encuentra sus raíces en el éxodo del pueblo  hebreo. Quizás, por ello, hay momentos en los que aquella canción revolucionaria que reivindica la libertad, la liberación de la patria invadida y la lucha contra la tiranía se tiñe de nostalgia.

La Marsellesa es, pese a esa emoción que suscita, un canto de guerra, pero, sobre todo, de lucha –así lo asumió la Comuna de París-, que se convirtió en el símbolo de la Francia nacida de la revolución de 1789, aunque sólo reconocido como tal una vez que el país logró sacudirse la opresión de emperadores, reyes y ocupantes.  Fueron los federados de Marsella (otro símbolo, de ciudad multirracial, en estos tiempos oscuros) quienes la introdujeron en París para convertirla en su himno a golpes, imponiéndose a los sucesivos vaivenes políticos.

Es vibrante y guerrera. Sin embargo, en estos días, cantada por los aficionados que abandonaban del estadio de la República tras los atentados y la masacre o en muchas de las concentraciones de homenaje a las víctimas, desprendía, sobre todo, la nostalgia y la melancolía del inicio del coro verdiano.

Solo esta mañana, en la concentración de los jóvenes estudiantes de La Sorbona, el himno francés recuperó el vigor conmovedor de la esperanza, la razón por que la que ese himno nos ha cautivado hasta sentirlo muchas veces como nuestro, con la fuerza que los esclavos van conquistando en su coro para reclamar la libertad.

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