
Salieron de casa, en un pueblo de Cataluña, para pasar las navidades en familia, entre Madrid, Salamanca y Cantabria por este orden. A mitad de camino del primer recorrido, con los niños dormidos, hicieron escala para rellenar el depósito de gasolina. Pero, fuera por la oscuridad o el cansancio, lo hicieron con gasoil.
Se acabó la fiesta. A 350 kilómetros de casa y a otros tantos de su propio destino. A medio camino, pues, final intempestivo del trayecto. El seguro les ofreció un coche para completar el viaje y un taller donde reparar el desaguisado. En coche ajeno llegaron a Madrid, pendientes de cómo y cuándo podrían recuperar el vehículo averiado. Harían falta un coche de ida y dos de vuelta.
Entre el desaguisado y la reparación comenzaba la etapa salmantina. El primer objetivo, recuperar la calma y encontrar un vehículo disponible entre los de la familia. No hubo problemas. Luego, ya se vería cómo recuperar el coche que se quedó a mitad de camino. Por el momento, descanso y tranquilidad.
Con ese propósito aparcaron el tercer vehículo de la turné delante de la casa familiar. Cinco minutos después de sacar el equipaje y repartirlo por las estancias correspondientes, alguien echó en falta un bolso. Tranquilidad. No había problema, se había quedado en el asiento trasero del coche prestado, estacionado a la puerta.
Pero… ¿Habían aparcado de tan mala manera, al menos medio metro fuera del bordillo por la parte trasera? ¿Qué hacía la rueda delantera encima de la acera? ¿Cómo explicar las abolladuras que se apreciaban pese a la oscuridad de la noche? A punto de tirarse de los pelos, en medio de las sombras apareció una persona con un cartel plastificado en la mano. Allí daba cuenta de la colisión, pedía disculpas y ofrecía su seguro para reparar los desperfectos. Otros dos vehículos con destino al taller de reparaciones.
No cabe duda: un viaje inolvidable.
