
En medio de una turba de cámaras y micrófonos, apareció, al fin, una periodista.
- ¿Va a dar usted explicaciones de sus actos?
- Explicaciones, ¿de qué?
Al fin, una pregunta digna de una profesión que ha decidido denigrarse, una vez más. Una profesión que, a la carrera hacia ninguna parte, interroga al emérito sobre cuestiones, más que irrelevantes, estúpidas: ¿Se encuentra bien?, ¿Va a coger el timón del Bribón?, ¿Ha podido descansar?
Una vergüenza profesional. Y en medio de todo ello, una pregunta digna del oficio de quien la formula.
Pero a una pregunta digna, una respuesta indigna:
- Explicaciones, ¿de qué?
No hay más preguntas. En esa réplica está todo dicho. De la vergüenza de los alocados a la vergüenza de su majestad.
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Antecedentes. Correr detrás del rey emérito para preguntarle si ha dormido bien o si tiene ganas de subirse al Bribón y de participar en la regata pone a una profesión de alto valor social ante su propia vergüenza. ¿Alguien había escuchado a alguno de los participantes en la montonera periodística una pregunta que inquiriera al protagonista sobre algo verdaderamente relevante?
Nadie le había preguntado (o a nadie le habíamos escuchado preguntar) si reconoce el desencanto de la sociedad española respecto a su comportamiento, si va a pedir perdón por sus acciones, si ssiente que está poniendo en riesgo a la propia monarquía, si no le da vergüenza la descripción de los comportamientos que la Fiscalía ha puesto encima de la mesa.
¿Esto es periodismo?
Alguien vio la luz. Y encargado de poner los cargos a la vista, prefirió pasar por ignorante. No lo es. Merece otros calificativos. En manos del lector quedan.
