
El eslogan de campaña que esgrime la candidata de la presidencia de la Comunidad de Madrid no está exento de contradicciones. Para empezar, parece un buen reclamo, porque Ganas se vincula con victoria, pero también con ambición o expectativas. Pero, para seguir, una vez adentrados en las intimidades de cómo está el percal, lo que de verdad produce esta campaña y, en particular, la inevitable Isabel Díaz Ayuso son… Ganas de desaparecer.
Sin haber llegado al ecuador de la campaña, quien más quien menos se encuentra entre la desvergüenza y despropósito; es decir, entre la inmoralidad y el ridículo. No es lo mismo, aunque lo uno o lo otro pueda causar efectos similares: desapego, abstención, hastío.
La desvergüenza y la inmoralidad son las armas de una derecha indecente, que enarbola banderas repugnantes y espurias. Así opera Núñez Feijó al acusar al presidente del Gobierno de ser más generoso con los verdugos que con las víctimas (de ETA). Y así lo ratifica su grupo parlamentario en el Congreso al afirmar a voz en grito que Zapatero traicionó a los muertos (de ETA) y que Rubalcaba fue cómplice (de ETA). Pura ignominia.
El despropósito y el ridículo corresponden al Partido Socialista y, en particular, a su presidente, empeñado en una subasta de regalos –a la de una, a la de dos y a la de tres–, más propia de una tómbola de feria que de un diseño coherente de estímulos contra la desigualdad y la precariedad de amplios sectores sociales. Ni el contenido ni el momento ni el modo –desde el atril de campaña, sin consenso con su propio gobierno y sin relación con las cuestiones a debate en las elecciones próximas– responden a una situación social tan grave y profunda como la actual. Una situación que reclama reflexión y debate, porque aquí no valen las ideas luminosas que uno cree alumbrar al desvelarse de madrugada.
Por todo ello, escuchar de viva voz lo que opinan jóvenes de muy diversa calaña, formación y expectativas –como hizo Hora 25 en la noche del 16 de mayo–se hace no solo comprensible y, aún peor, inevitable e incluso lógica. Si lo que ven, oyen y discuten establece el marco en el que se debe desarrollar la intervención o el debate públicos, no queda otra. El problema radica en las formas y en contenidos, en la actitud y en las prioridades. Reflexionar es previo a decidir, pero la decisión solo puede llegar después de la reflexión. No es cuestión de eslóganes o caramelos a la puerta del colegio sino de convertir la acción pública, la política, en un compromiso entre las ideas que aspiran transformar la sociedad y entre las prioridades y la solidaridad con que se debe llevar a cabo esa transformación.
Lo demás es manipulación o populismo. Y en esas, lo dicho: desvergüenza e inmoralidad o despropósito y ridículo. ¿Qué cabe: elegir entre lo uno y lo otro? Hacerlo puede tener sentido, pero sería de agradecer que no nos obligaran a hacerlo con ese hedor de fondo. No es necesario: el mal olor ya delata la podredumbre y los ciudadanos (y los jóvenes) no son naturalmente imbéciles, aunque muchas veces nos comportemos como tales.
Por eso, en estos momentos, en respuesta a los discursos dominantes, dan verdaderas Ganas… de desaparecer.
