
Quienes piensan que la confrontación política beneficia a la izquierda no se han enterado de qué va la izquierda y, menos aún, de qué va la derecha. La descalificación es el hábitat natural de la reacción. Estos tiempos lo corroboran a diario.
Los estrategas o rasputines que merodean en derredor de sus presuntos líderes no son los canalizadores de la acción política sino sus principales protagonistas. Ellos han transformado el mensaje: el cómo define el qué.
Desde los gabinetes y las asesorías de comunicación se expulsa a los ciudadanos de la política, porque no se trata de ofrecer un soporte a la reflexión pública sino de evitar la reflexión propia.
Hubo un tiempo en el que la izquierda depositaba sus expectativas electorales en el incremento de la participación ciudadana en los diferentes comicios. Era un signo que cambió de bando. La polarización que vive la sociedad beneficia a los que incluyen en su voto las más altas dosis de rabia. Ahora la participación solo en un signo de esa furia que nutre a buena parte de los electores.
No aprestamos a vivir los próximos años bajo los efectos de la rabia acumulada en estos últimos.
