No basta con cambiar el collar: Podemos más

Podemos se ha convertido ya en una alternativa demoscópica. No cabe duda. Sucesivas encuestas lo reiteran. Dicen que es mucho más que una opción real, porque ha sobrepasado el umbral de lo posible y desborda el de lo probable. Se ve, se escucha, se siente.

Quizás esa circunstancia reclame nuevas actitudes.

Por una parte, exige a los que están fuera un profundo respeto a quienes han conseguido la confianza de un sector tan amplio de la población, porque negárselo equivaldría a despreciar a ese conjunto importante de ciudadanos y a las razones que, sin duda alguna, aducen en favor de su decisión.

Por otra, que los que están dentro del proceso asuman, sin mayor dilación, la responsabilidad de aportar un programa con formulaciones precisas y sólidas para relegar la simpatía en favor del compromiso (entre los ciudadanos y la nueva formación y viceversa).

Y unos y otros deberemos resolver cuestiones complejas e importantes. Ejemplos:

Si se pretende transformar la acción política y, sobre todo, la realidad social, el ansia o afán de poder no basta. Se requieren propuestas claras, concretas, discutibles y que empiecen a ser discutidas. Desafíos de taberna como «van a poner en peligro todo lo conseguido hasta ahora» (de una parte) o “a ver si están dispuestos a apoyarnos para que gobernemos” (de otra) ayudan poco. La mera descalificación del contrario supone una nueva dosis de lo que nos hastía, repite la misma fórmula de confrontar ambiciones con argumentos peores o mejores (tal vez mejores, porque los ciudadanos los entienden y los comparten), pero, en el fondo, insuficientes; no cercenan la desconfianza de los escépticos (una posición más que razonable) o, si se prefiere, de los críticos.

La necesidad de acordar, pactar, compartir e incluso respetar a quienes en la historia común han acertado (a veces) y se han equivocado (a veces) no solo la marcan las encuestas sino que la exige cualquier acción política digna de respeto. En el espacio político en que vivimos (el de la derrota del discurso de la izquierda, tan cierta que Podemos prefiere no identificarse abiertamente con ella) no basta con vencer sino que resulta obligado convencer para que el proceso de transformación vaya más allá de lo efímero o lo anecdótico. Y para eso tampoco basta con imponer un régimen de convivencia por la fuerza de los votos sino que se requieren vías de compromiso capaces de articular mayorías firmes que respeten a las minorías… Y tantas otras cosas.

Nada de eso se podrá alcanzar sin entender, desde ya mismo, que hay pensar más en los puentes que en los abismos, en asumir que esta sociedad ha conocido las mejores décadas de su historia (no hace mucho) y que no se debe abdicar de esos logros, porque son manifiestamente mejorables; asumir, en definitiva, que la historia es una sucesión de hitos, no un invento intermitente.

Por ese bosque deberá transitar la imprescindible construcción de un relato autónomo, integrador y mayoritario, en positivo.

Las recientes elecciones norteamericanas pueden servir de ejemplo: el triunfo de los sectores más reaccionarios se debe a la hegemonía de su ideología en el entramado de la sociedad en detrimento de la realidad: el discurso contra el Estado (que puede serlo también contra la política) ha ninguneado al crecimiento económico, a la reducción del desempleo y del déficit a la mitad o a la aplicación de iniciativas contra la exclusión. Los hechos no han servido, porque una gran mayoría da por supuesto que todo ha ido a peor, como han repetido los principales oráculos del poder y los medios. El dominio de la ideología conservadora ha llevado, por ejemplo, en el estado de Arkansas, a elegir a los conservadores al mismo tiempo que un referéndum aprobaba la subida del salario mínimo, al que se opone el Partido Republicano, el elegido por mayoría absoluta.

Es decir, o cambiamos el paradigma ideológico que impera en esta sociedad o cualquier paso más o menos saludable tendrá fecha de caducidad. (¿Podría servir como ejemplo el ínterim de una televisión pública con visos de respaldo mayoritario que se levantó entre 2007 y 2011?).

El problema de fondo solo se puede resolver sabiendo dónde estamos, contra qué luchamos e incluso cuál es el grado de frustración (de derrota) del que partimos, para trazar una estrategia que garantice algo más que un cambio de siglas antes de un fracaso aún más estrepitoso.

Conviene exigir el máximo realismo en el discurso y el debate públicos, sin medias verdades. No podemos hacernos trampas. Por ejemplo, cuando Podemos rehúsa participar en las elecciones municipales (lo que le daría una dosis de realismo importante en la gestión más próxima al ciudadano), está aceptando que ellos también perciben el riesgo funesto de la corrupción. Porque ahí se sitúa su argumentario: no pueden asegurar que no colará algún garbanzo negro en unas listas necesariamente descentralizadas. Tan razonable como indicativo.

De eso o de las limitaciones que la política global, que aporta a la sociedad importantes réditos; de los obstáculos para una política en favor de la igualdad o de los criterios de solidaridad; del papel de lo público y los controles de lo privado; de todo eso y mucho más hay que hablar. La demagogia no sirve.

En definitiva, resulta estimulante la sacudida social y política que Podemos ha generado, pero, una vez confirmados estos hechos, la mejor manera de celebrarlos sería empezar a creer que la alternativa existe (y para eso hay que conocerla y discutirla), que la conquista del poder no es el objetivo y que la transformación de la sociedad es una necesidad a desarrollar con el respaldo de una sólida mayoría y el máximo respeto a la minoría que asuma la participación en un debate abierto.

Si es que se trata de algo más que cambiar el collar al perro. Con perdón.

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