
¿Por qué el 28/M se saldó con unos resultados abrumadores para la derecha española en detrimento de la izquierda? ¿Se puede aprender algo para el 23/J?
Las razones del descalabro
Dos premisas básicas:
- El auge de corrientes de opinión que normalizan a la ultraderecha y que consolidan el aluvión de signos y actitudes que degeneran el debate público. En ese plan están inmersos numerosos países y gobiernos de todo el mundo.
- El poder de los medios para concentrar los argumentos y las expectativas en unas pocas simplezas, muchas veces ajenas al interés general y a la solvencia argumental. La preeminencia de la imagen en los procesos de comunicación contribuye decisivamente al deterioro de la reflexión.
A partir de ahí cabe analizar y comprender el descalabro electoral de la izquierda española en las recientes elecciones autonómicas y municipales.
He aquí algunas referencias:
- El acierto del PP, desde la perspectiva de la real politik, al proponer una campaña al rebufo de la degeneración y la simpleza en una sociedad cada día más cautiva de la degeneración y la simpleza.
- El error del PSOE al pensar:
- que el desafío a la ultraderecha constituía una motivación suficiente para respaldar las candidaturas autonómicas y locales.
- que la gestión del Gobierno frente a la pandemia y la situación económica derivada de la guerra de Ucrania era un aval suficiente para el respaldo mayoritario a las candidaturas del PSOE, ya fueran autonómicas o municipales.
- que los caramelos a la puerta del colegio (es decir, las medidas inconexas y variopintas que se le fueron ocurriendo al presidente del Gobierno) ratificarían el reconocimiento a la gestión del ejecutivo.
- La equivocación de la izquierda en general:
1. al convertir un proceso local en una campaña nacional.
2. al esgrimir cuestiones de otra índole en detrimento de políticas municipales y autonómicas concretas.
3. al señalar compromisos del Gobierno central que ninguneaban las propuestas de los territorios. (Una realidad que los medios de comunicación critican a posteriori pese a que son ellos los que seleccionan los mensajes que consideran más trascendentes).
4. al establecer el debate interno como una expresión de rivalidad sin reconocer afinidades de fondo.
A todo ello se añade un asunto central: la pelea sórdida en el seno de la izquierda de la izquierda que ha mermado la confianza en unos grupos que anteponían sus afanes de notoriedad al compromiso de cooperación en beneficio de la ciudadanía.
- Y por supuesto:
1. el desinterés o la incapacidad de llevar al debate público las cuestiones fundamentales que demanda esta sociedad: la igualdad, la educación, la salud, el medio ambiente, la vivienda, el transporte, la asistencia… desde una perspectiva municipal y autonómica.
2. la impostura de los eslóganes o los camelos en detrimento de la reflexión sobre los asuntos públicos y la transformación del debate ciudadano en un mercado de rebajas.
3. la manera timorata de afrontar algunos asuntos tan relevantes (por su influencia en el ánimo ciudadano) como la inclusión de Batasuna dentro del sistema democrático, entre otros.
La superioridad de la derecha y la ultraderecha se ha basado en demostrar que la mayoría de los asuntos de fondo o no les concernían o les importan un pelo. Y que nada de eso estaba en cuestión. Tal vez, porque lo suyo no son las políticas sino el poder y porque, una vez conseguido, ya saben cómo incrementarlo… sin reparos.
¿Y ahora?
Ahora se va a saber si con el órdago del adelanto de las elecciones generales Pedro Sánchez asume la responsabilidad –que él mismo se ha atribuido– de los resultados del 28M y si, en consecuencia, modifica sus planteamientos y actitudes electoralistas. Y se va a saber si el PSOE antepone la reflexión y el compromiso con los ciudadanos (y por supuesto con sus socios) como la única manera de conseguir el respaldo de la sociedad, frente a la tendencia al extremismo ultra de los partidos conservadores.
También se va a saber si la izquierda de la izquierda antepone los avances en derechos sociales al reconocimiento de su propia marca política y personal. En definitiva, si unos y otros se comprometen a priorizar los acuerdos fundamentales por encima de los matices identitarios. La unión de la izquierda de la izquierda tiene que resultar creíble y dejar de parecer una jaula de grillos en celo, para encontrar mecanismos de consenso y equilibrio frente a los personalismos que han arruinado sus expectativas.
Todo eso requiere aceptar que los asuntos públicos, sobre todo desde una perspectiva progresista, no se administran al modo de una simple gestoría o al de un supermercado; que los ciudadanos reclaman derechos y explicaciones transparentes, porque las decisiones propias de la sociedad contemporánea obligan a asumir la complejidad e incluso las contradicciones. En ese contexto, la apelación al miedo (“a por ellos”, “no pasarán” o lo que se quiera) no solo enturbia los objetivos razonables, sino que desincentiva el voto.
Al voto de izquierdas lo estimula la ilusión, que empieza por el reconocimiento de los errores, para alcanzar en acuerdos sustanciales. Por ejemplo, que el compromiso con los ciudadanos exige respeto a las diferentes perspectivas y al compromiso colectivo; que la integración sin exclusiones de los más vulnerables es una prioridad que obliga al compromiso de los más acomodados y de las clases medias; que la voluntad de diálogo no admite excepciones, salvo la complacencia con la agresión a las víctimas reales de una sociedad injusta.
No obstante, en las sociedades desarrolladas y contemporáneas, bajo el camuflaje del liberalismo e incluso de la democracia, a la izquierda decente se la combate sin descanso desde la indecencia. Pero eso no la obliga, ni la legitima, para renunciar a sus valores.
Solo así la izquierda puede creer en su propia legitimidad e incluso en la victoria de sus propuestas.
Y solo así podrá sentirse satisfecha, incluso en el caso de perder las elecciones. (Algo que hoy por hoy parece más que probable, no solo por un designio divino sino en buena medida por sus propias contradicciones).
