El deporte sin justicia

Los medios de comunicación aplican con frecuencia términos y criterios similares, si no idénticos, a la información general – en especial la política o la que guarda relación con vida en común– y la deportiva. De la misma manera, en otras ocasiones, ignoran la honda confusión e incluso contradicción que se dan entre ambos aspectos.

El lenguaje y el análisis que parecían propios del espectáculo deportivo se han impuesto en las expresiones y los razonamientos sobre cuestiones estrechamente relacionadas con la vida social, política o económica. La primacía de la emoción sobre el racionamiento se ha convertido en una realidad casi absoluta.

Todo esto se ha puesto singularmente de manifiesto con la celebración del Mundial de fútbol en Qatar. Las referencias a los modos en que se concedió la organización de este evento deportivo a un país que niega los derechos humanos, que basa su supuesto desarrollo en la represión o que ha convertido la corrupción en su estrategia política desaparecieron en aras de lo mayoritariamente importante: la competencia deportiva. En el mejor de los casos, las referencias que durante el Mundial se han hecho sobre los desmanes del régimen catarí sólo han servido para lavar la mala conciencia de quienes animaban a la supuesta distinción entre lo uno y lo otro. El comportamiento de personajes como Emmanuelle Macron ha sobrepasado el despropósito, pero quedo muy claro que el rey de España habría hecho lo mismo; de hecho, estuvo allí en un partido intrascendente, con más pena que gloria y, en cualquier caso, sin rubor.

El editorial de El País afirmando que “Argentina gana con justicia un campeonato de fútbol dañado en origen por la elección de su sede en Qatar” forma parte del lavado de cara por la mala conciencia, pero, sobre todo, pone de manifiesto la confusión entre lo estrictamente deportivo y lo general, reconociendo implícitamente el valor común de la justicia o de lo justo.

La justicia y la victoria no son valores homologables; no se pueden confundir. En el deporte se persigue lo primero. Su único objetivo –máxime en el profesional–es la victoria; aunque con ciertas reglas, al margen de “méritos” no evaluables. El editorial confunde y contradice, por ejemplo, a Enric González, cuyo comentario (Ganó la literatura), en el mismo periódico, arranca con esta afirmación “En el fútbol no hay justicia”. Aunque al referirse al partido en cuestión, el Argentina–Francia, incurra en contradicción al afirmar que se resolvió de “la forma más práctica y menos justa: el duelo de penaltis”.

No hay solución. Seguiremos confundiendo lo uno y lo otro, la pasión y el raciocinio, el entusiasmo y el mérito. El problema se puede observar desde otro lado: si el deporte sobrevive sin justicia, también la sociedad puede hacerlo. Y en eso estamos.

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