
De lo funesto a lo funesto
Los magistrados rebeldes del Constitucional –los que se niegan a sustituir a los colegas caducados y amenazan con impedir al Parlamento que legisle a la remanguillé sobre el delito de malversación– no reivindican su independencia, sino su impunidad. Los jueces también pueden delinquir. Ha ocurrido y a la vista está.
El paso siguiente podría consistir en que los jueces exijan la redacción de las leyes. Se evitarían estos conflictos. Y se ahorraría en políticos. Pero el paso siguiente también podría ser que las resoluciones judiciales las elaboraran los políticos. Y se ahorraría en jueces.
¿Cuál de las dos soluciones es más adecuada? ¿La que más ahorre? ¿O esperamos a lo que diga Europa? No cabe prever una respuesta rápida sino una eternidad con todos los comunitarios haciéndose cruces.
Estamos, pues, ante el colmo de los despropósitos. Berna González Harbour lo ha explicado en El País, en un artículo titulado Solo para adultos. Sus preguntas finales nos interpelan: “Todas las instituciones nos están fallando. Y lo hacen pretendiendo estar dentro de la legalidad. ¿Qué más nos queda ver? ¿Cómo salimos de aquí?”.
¿Hay salida en este desvarío o solo queda el caos que unos y otros, aunque en desigual medida, abonan? La rebelión de los magistrados contra la neutralidad a la que están obligados y el aplauso que reciben de parte de la mitad del arco parlamentario –cabe suponer que también de la población– encuentra el abono de unos tiempos poco propicios para aquel Estado de Derecho que soñamos.
“La línea que la derecha política y mediática estaban dispuestas a cruzar nos acerca a una España de funesto recuerdo”. Lo dice Esther Palomera en su comentario De Tejero a Trevijano publicado en Diario.es. Pero la situación puede empeorar.
¿Cabe temer que los últimos 45 años hayan sido un intervalo entre la España de funesto recuerdo y la España de funesto futuro?
¿Cabe temer que estemos asistiendo al tránsito de lo funesto a lo funesto? «Dios no quiera», porque los hombres parecemos empeñados en despeñarnos.
