Después de Soldados de Salamina, Javier Cercas quedó marcado como uno de los autores españoles con mayor capacidad de atracción sobre públicos muy heterogéneos. Elogiado por la crítica, fue aceptado también por lectores bien distintos. A partir de entonces Cercas forma parte del paisaje literario, merecedor de atención y reconocimiento.
Luego llegaron La velocidad de la luz y, en especial, Anatomía de un instante, con la que consiguió el premio nacional de Narrativa y, sobre todo, un aprecio que desborda lo estrictamente literario. Su indagación en torno al 23F y, en especial, sobre la personalidad de algunos de sus más ilustres protagonistas, no solo constituye un hito de la narrativa española contemporánea sino también de los relatos de nuestra propia historia.
Tras la guerra civil, la de Vietnam, el momento más difícil de la Transición, Javier Cercas ha decidido sumergirse en su última novela en un territorio mucho más cotidiano: historias de muchachos que crecieron en barrios marginales y se adentraron en la delincuencia, la droga y la cárcel, desde la perspectiva de chaval que, procedente de un estrato más convencional, siente la seducción del riesgo, lo que entiende como libertad, aunque nunca llegue a sentirse integrado en el grupo al que no pertenece.
Javier Cercas vuelve a ejercer como cirujano y psicoanalista en un ejercicio de introspección de la realidad y sus protagonistas. Por una parte, disecciona hechos y, por otra, sentimientos y reflexiones. Lo hizo con el escritor empeñado en dar cuerpo a una narración a partir de una anécdota brillante, la del falangista Sánchez Mazas que contó su hijo, y a través de una peripecia exaltada y apasionante. Volvió a hacerlo buceando ante el telón del conflicto vietnamita en la bondad y la maldad que anidan en el ser humano. Lo reiteró con su inmersión en el Congreso de los Diputados para reconstruir, apoyado en una espléndida documentación, la morfología de un momento excepcional a través de la psicología de su protagonista principal (o de los principales).
Ahora vuelve a realizar otro ejercicio de introspección y disección sobre una realidad absolutamente cotidiana, que se inicia a finales de los años 70. Las leyes de la frontera parece un relato sencillo, bien trabado, eficaz, pero en él se esconde casi subrepticiamente, sin que se advierta, gracias al poder de la trama, una honda reflexión sobre el ser humano. Escondida bajo la apariencia de una aventura personal surgen ideas, sugerencias, contradicciones que, una vez más en la obra de Cercas, siembran dudas sobre lo que es y lo que parece, sobre la dualidad de la realidad, siempre compleja.
Más allá de la aventura, la peripecia, los sentimientos de los protagonistas o las circunstancias de una sociedad que también condiciona, el escritor extremeño (y catalán, o viceversa) plantea cómo las diferencias económicas y sociales provocan distancias mentales y morales, las que se producen entre quienes forman parte de una sociedad establecida y quienes provienen del desarraigo y la marginalidad, y hasta qué punto la incapacidad o la falta de voluntad permiten o impiden traspasar la frontera que delimita y da sentido a cada individuo. Unos viven en un grupo reglado por códigos y valores que creen universales y superiores. Los otros carecen de esas referencias, porque nadie se las pudo enseñar, pero poseen códigos propios , en ocasiones radicalmente distintos o ejercidos de manera diferente, pero no menores.
Otra vez la introspección y la duda como única manera de entender y, por ello, de comprender.
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