
En algunos casos no hay personaje más tóxico que el impulsor de importantes iniciativas ciudadanas, cuando su degradación crece a medida que se van entrelazando sus intereses personales y las ideas que los encubren. A veces ocurre así. Hay ejemplos.
En este tiempo pródigo en toxicidades, hay pocos tan evidentes como Pablo Iglesias y su venenosa relación con Podemos, desde que la retirada –pretendidamente ejemplar– del fundador del movimiento podemita se transformara en una hiperactuación sin más afán que él mismo.
Personalmente: Me he sentido próximo a Podemos en muchas ocasiones. También he criticado algunas actitudes, porque, a mi juicio, enmascaraban una concepción de la política con el único objetivo de la disputa urbi et orbi por el poder y relegaban los valores de la racionalidad y el debate público.
Ha llegado el momento de concluir que el hartazgo que provoca Pablo Iglesias ha superado las dosis de incoherencia que incluso los defensores de la complejidad y las contradicciones podemos compatibilizar con unos pocos principios y algún que otro criterio, como el repudio del politiqueo, de la manipulación del lenguaje y del poder, del machismo con hábitos de camuflaje, del afán obsesivo por el púlpito, de los que dicen irse para quedarse con vitola de dadivosa impunidad…
Termino esta reflexión con una cita que encuentro una vez finalizado mi comentario. La suscribe Sergio del Molino. Lleva por título Cortar el cable.
