
1. El Rey parecía enfadado. El tono apacible con el que se suele afrontar la Navidad pareció más propio del cuñao asomado a la fiesta familiar. La cosa no va bien, repitió su majestad con insistencia en su discurso monográfico sobre la Constitución. No se supo bien si la culpa del desaguisado correspondía a los familiares por parte de padre o a los de parte de madre. O a todos, menos a él. O sea, que en tan severa homilía el único decente era el cura, el que usufructúa las dádivas de sus fieles desde la sacristía. No podía ser de otra manera: la monarquía procede de Dios, aunque la paguen los ciudadanos. Incluidos los ateos.
2. Javier Cercas ha decidido poner muy alto su listón político, No solo está en su derecho, sino que aduce sobradas razones para expresar su enojo e incluso su decepción. Su decisión final admite matices.
Las decisiones moralmente correctas no abocan inevitablemente a decisiones políticamente correctas. De la mano de propuestas morales doctrinarias han surgido algunas de las mayores barbaridades que acumula la humanidad.
3. La inteligencia artificial ya está aquí. Pero va a más. Los efectos que el historiador Niall Ferguson anuncia en la entrevista de Andrea Rizzi en El País ya se aprecian a modo de síntomas. Estas frases son, por eso, un diagnóstico a partir de los síntomas:
“La inteligencia artificial también tendrá consecuencias no deseadas para nuestras capacidades cognitivas. Del mismo modo que Google va erosionando nuestra memoria, porque ya no tenemos que recordar las cosas, creo que los grandes modelos de lenguaje destruirán realmente nuestra forma de pensar, porque esencialmente construirán argumentos que suenen plausibles por nosotros. Y como somos muy perezosos como especie, la mayoría de la gente esencialmente dejará que lo haga la máquina y perderá la capacidad de hacerlo por sí misma. Si no aislamos a los niños de los grandes modelos de lenguaje y nos aseguramos de que se eduquen sin ellos, no podremos enseñarles a pensar. Creo que simplemente conseguirán que la GPT4 o 5 piense por ellos y eso me preocupa más que los efectos sobre el empleo. Si perdemos la capacidad de construir un argumento en respuesta a una pregunta, porque lo delegamos a una máquina, no tenemos mucho futuro como especie realmente. Ese es mi mayor temor. Los grandes modelos lingüísticos son una invitación a la pereza mental masiva”.
