
Los gritos racistas de seguidores del Valencia contra el madridista Vinicius han ocupado el debate nacional. Esta vez la discusión pública se centra en un asunto relevante. El racismo es una cuestión fundamental, incompatible con la convivencia o, simplemente, con una sociedad decente. Sin embargo, buena parte de los disparos lanzados en esta polémica o buscan la exculpación mayoritaria del racismo latente o conducen hacia aspectos marginales.
Porque la actitud de aquellos aficionados valencianistas se considera intolerable. Pero resulta que…
El radicalismo y la intolerancia forman parte del dni de la sociedad en que vivimos.
El deporte se ha convertido en un espacio para el enfrentamiento y el encono, y que, una vez llegados al caso concreto, algunos prefieren calificar los incidentes, al menos en alguna medida, como provocados, comprensibles y hasta justificables.
Esto ocurre, además, en una sociedad estimula la competencia y educa para el éxito y la victoria, convirtiendo al deporte en referencia de los valores sociales.
Así, numerosos padres animan a sus hijos deportistas a la violencia e incluso a la barbarie, a través del insulto y la agresión física, a rivales y árbitros, desproveyendo al deporte de cualesquiera principios educativos ajenos al exclusivo afán de la victoria.
Para colmo, los medios de comunicación alientan desde la información deportiva a la polarización y a la rivalidad, exacerban el enfrentamiento y la animadversión entre aficiones, magnifican aspectos que animan a la confrontación y eluden los posibles valores de la práctica deportiva en aras de lo emocional y del hooliganismo. Aunque, luego, cuando aquellos principios cristalizan en barbarie, echen mano de tópicos sin sentido con intención exculpatoria.
El debate político ha asumido ese estilo faltón y barriobajero de los medios deportivos (sobre todo, los futbolísticos) y ha llevado la discusión ciudadana a una ciénaga.
En esa ciénaga el racismo se realimenta.
Como consecuencia, el respeto al otro se encuentra en la sociedad contemporánea en pleno retroceso.
¿A quién le echamos la culpa del caso Vinicius? ¿A todos los que se han burlado de sus risas y han prestado más atención a sus quejas que al racismo implícito de la mayoría de quienes le agredían o insultaban, exigiéndole estar por encima de esas minucias o circunstancias?
Ha llegado el momento de lavarse las manos, para que todo el tinglado que han alentado se mantenga.
