
Hace unos días se publicó un extenso artículo acerca del excelente e instructivo trabajo desarrollado por un dirigente político en ascenso, de cuya trayectoria última, profusamente valorada, se extraían importantes consecuencias que el resto de los interesados, ya fueran de su propia calaña o del gremio de los intermediarios y/o comunicadores deberían valorar ineludiblemente. A medida que iba leyendo el artículo, empezó a subirme a la cabeza un sudor frío de indignación por la desfachatez de la loa, suscrita por quien había sido copartícipe de lo que elogiaba (lo solo algunos ya sabíamos). Acabé la lectura saturado por aquel ejercicio camuflado de autocomplacencia, cuando tropecé con la postdata: el autor reconocía su complicidad y advertía al lector de la posible contaminación de sus valoraciones. Menos es nada.
Asumiendo que los lectores están sobrados de razones para interrumpir la lectura de los artículos cuando les pete, sugiero hacer las advertencias al revés; es decir, por adelantado. Este es el caso.
Profeso por Luis García Montero un aprecio largo y profundo. Admiro su poesía, salvo en aquellos momentos en que se confunde con el peor Alberti; incorporo a mi bagaje crítico sus reflexiones sobre la actualidad, salvo en algún momento puntual en el que ciertos árboles resecos desenfocan la visión del bosque; utilizo algunos de sus ensayos e incluso los aprovecho hasta el plagio (o casi) para elaborar propuestas personales en torno a cuestiones de interés general, salvo en pequeños matices que, tal vez, a lo peor, desvirtúan la lucidez originaria; y disfruto de su narrativa porque siempre encuentro motivos para el placer de la lectura de lo bien contado, salvo…
Su última novela, Alguien dice tu nombre (Alfaguara 2014), tiene mucho de todo lo que admiro en Luis García Montero. El relato, sencillo, casi ingenuo, tierno, emocionante, familiar, cercano, desprovisto de pretenciosidad, con ciertas dosis de complejidad (la reflexión sobre la literatura incorporada al ritmo de la narración sobre la vida cotidiana) me sedujo de tal manera que no pude detenerme hasta desvelar la propuesta completa. Ahí surgió en esta ocasión mi pero.
El buen gusto de las letras y su música, el engarce de las distintas alternativas encarnadas por los diferentes personajes, la verosimilitud de las historias convergentes, tan simples y cercanas, la emoción de la pasión y las dudas… me atraparon, salvo ese desenlace que resuelve la tensión con un punto de artificio.
Cualquier día sabré que ese final es lo único cierto de la historia. Y entonces estaré seguro de lo escrito. Por mí.
