
Vivimos una vorágine armamentística, justificada en el mejor de los casos por la necesidad de un escudo defensivo, que deja al mundo en manos de un loco o un imbécil y de la que ni siquiera pueden librarse los países que amparan sus decisiones en el voto ciudadano ejercido libremente.
Lo peor está a la vista de todos: esos locos e imbéciles haylos. Y por doquier. Solo ellos carecen del miedo en que los humanos nos vemos obligados a vivir.
